Chile ayuda a Chile

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lunes, septiembre 21, 2009

DÍA DE LLUVIA

Hoy llueve. Y no es que sean mis favoritos los días de lluvia, pero me agradan bastante. Me gusta ver llover. La lluvia, por alguna misteriosa razón que desconozco, estimula mi imaginación, y rememora en mí el gusto de soñar despierto. El ritmo del sonido de la lluvia, así como su melancólico rostro gris y apagado me recuerdan los sueños olvidados. Ignoro por qué estimula así mi mente. Quizás es porque descubre la niebla que oculta, en forma de rutina inexorable, el vacío de un mundo interno que insiste, sin poder realmente imaginar por qué, cerrarse a los sueños y la proposición del presente.

No lo sé. Desconozco el motivo por el cual ocurre de esa manera. Pero es la lluvia, sobre todo en momentos de soledad – aunque debo decir que generalmente gozo de una agradable, silenciosa y solitaria intimidad cuando llueve –, la que usualmente lleva mi mente a los mundos más extraños y maravillosos, a fantasías de toda clase, con seres reales o imaginarios, de aquellos que podrían o no existir en nuestro mundo. La lluvia me invita así a lo desconocido, al mismo tiempo que me lleva al interior de mi espíritu. Abre la puerta a un mundo interior recordando lo grande e interesante que éste puede ser para explorar.

Mustio es el reflejo que se vislumbra en la oscura mirada gris de la lluvia, que, no obstante, no es ajena a la esperanza ni enemiga de la promesa de la dicha. Porque no es tristeza de rendición, sino que es aquel pesar que el olvido provoca en el tiempo. La caída de la lluvia limpia la mente para recordar los sueños olvidados, para hacer ver que están al alcance de un brazo, como lo está el frescor de la lluvia para quien, dispuesto a olvidar el frío, abre la ventana y se permite a sí mismo sentirla, así como la caricia de la suave caída en el rostro, reemplazando las lágrimas de la tristeza albergada en la memoria, por la refrescante limpieza de la esperanza.



1 comentario:

Alberto Fernández dijo...

Las gotas que golpean el cristal de la ventana, deslizándose posteriormente después del choque, en trayectorias quebradizas y aleatorias, me recuerdan que algunas veces nuestras lágrimas más íntimas, no caen por nuestras mejillas cuando lloramos, sino en los días de lluvia donde, sentados y mirando al vacío de un entorno gris, dejamos libre un suspiro mientras nos quitamos la máscara, el disfraz de la valentía, más bien engaño, de lo cotidiano.


Un saludo amigo con todo mi cariño.