
Cuando los deseos se ponen por sobre el Yo estos dejan de tener una existencia en función del buen desarrollo del espíritu. Mas bien es uno quien comienza a vivir en función de aquellos deseos, pasando a ser un mero subordinado de los mismos cuya labor es abogar por los mismos, a cambio de ilusiones sin valor real (aunque sí muchas veces sean muy valoradas).
Siendo uno el abogado de los deseos, la función es defender la existencia de los mismos, así como un abogado protege a alguien quien es acusado de infringir la ley. La ley en este caso corresponde a las normas sociales de la comunidad de la cual se es parte y que regulan la vida social, así como contribuyen a regular el desarrollo del espíritu pues el desarrollo de este requiere de la convivencia con otros seres humanos (otros espíritus). No es necesario que haya gente presente pues la sociedad está ya en la mente del sujeto (el “Otro Generalizado” de G.H.Mead o el “Ello” de Freud) y de este modo siempre estará la sociedad presente en el individuo, el conjunto de normas – deber ser – del cual no se puede desprender pues son parte de sí mismo y de su desarrollo. De ahí surgen las racionalizaciones, los abusos de la lógica y la racionalidad que llevan a justificar e incluso a hacer calzar ‘lógicamente’ el hedonismo con el orden social, la mente pretende hacerle creer al espíritu (en clara disociación entre mente y espíritu, máxima expresión de subyugación del Yo ante el deseo o interés) que está todo en orden, todo en regla con las creencias y valores que comparte con la comunidad. Esto produce un falso bienestar que no impide al espíritu sentir el peso de la falta, y más que eso, no evita sentir el peso de la dominación y la enajenación de sí, la pérdida de control y conciencia de su capacidad sensible que le permite conectarse con el mundo real. El Yo subyugado gana el caso como buen abogado y le demuestra a la sociedad que está todo bien. Sin embargo, no se siente bien; el malestar aumenta. Aumenta porque se distancia del mundo, pierde contacto con este y deja de sentir paulatinamente el cosmos natural y social del que forma parte ya que ahora el primero en la jerarquía (deseo o interés) es quien tiene contacto con el mundo y es el encargado ahora de establecer tan importante conexión.
Sin sentimiento no hay libertad y sin libertad no hay conciencia. Cuando hay un tipo de desorden como este ñeque los intereses se ponen por encima del Yo, hay que restablecer el orden natural en que el Yo es el primero en la jerarquía. El individualismo y la lógica de consumo favorecen esta clase de desordenes que acaban por aislarnos del mundo y de la gente que queremos, y viviendo en sociedades donde esos valores son predominantes (como es el caso de la nuestra) se hace más necesario aun estar atentos.
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