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jueves, febrero 02, 2006

ABOGADO DE LOS DESEOS


Muchas veces tenemos impulsos hedonistas que nos llevan a hacer diversas cuestiones que no podemos justificar ni a nosotros mismos como ejecutores de las mismas. Abandonados al deseo hacemos cosas que muchas veces terminamos por arrepentirnos. Parte importante del problema pienso que está en la autovaloración que tenemos de nosotros mismos y en las jerarquías de valoración que establecemos y que determinan o dictan parte de las pautas de nuestra relación con el mundo. A mi entender, un orden óptimo es aquel que pone al Yo por sobre los intereses del Yo (primero yo y después mis intereses) pero en muchas ocasiones – me temo que en la mayoría – ese orden lógico se invierte quedando primero los deseos y después el Yo. El desorden cambia la lógica de las cosas y crea ilusiones que son producto de este desorden en el espíritu y contribuyen a la reproducción o al menos mantención de dicho desorden. La ilusión mas relevante es aquella que nos hace creer que los deseos e intereses son parte de uno mismo. Si bien es cierto todo deseo e interés nace de uno mismo, del Yo, no son parte del Yo debido a su carácter coyuntural. Son algo del momento, y su existencia se explica por la existencia de ciertas condiciones, factores endógenos y exógenos, que hacen posible su producción. Un claro ejemplo de lo que pretendo describir son los vicios, pero no son el único tipo de deseos que obedece a esta lógica. Otro ejemplo es, tal vez, el deseo de venganza.

Cuando los deseos se ponen por sobre el Yo estos dejan de tener una existencia en función del buen desarrollo del espíritu. Mas bien es uno quien comienza a vivir en función de aquellos deseos, pasando a ser un mero subordinado de los mismos cuya labor es abogar por los mismos, a cambio de ilusiones sin valor real (aunque sí muchas veces sean muy valoradas).

Siendo uno el abogado de los deseos, la función es defender la existencia de los mismos, así como un abogado protege a alguien quien es acusado de infringir la ley. La ley en este caso corresponde a las normas sociales de la comunidad de la cual se es parte y que regulan la vida social, así como contribuyen a regular el desarrollo del espíritu pues el desarrollo de este requiere de la convivencia con otros seres humanos (otros espíritus). No es necesario que haya gente presente pues la sociedad está ya en la mente del sujeto (el “Otro Generalizado” de G.H.Mead o el “Ello” de Freud) y de este modo siempre estará la sociedad presente en el individuo, el conjunto de normas – deber ser – del cual no se puede desprender pues son parte de sí mismo y de su desarrollo. De ahí surgen las racionalizaciones, los abusos de la lógica y la racionalidad que llevan a justificar e incluso a hacer calzar ‘lógicamente’ el hedonismo con el orden social, la mente pretende hacerle creer al espíritu (en clara disociación entre mente y espíritu, máxima expresión de subyugación del Yo ante el deseo o interés) que está todo en orden, todo en regla con las creencias y valores que comparte con la comunidad. Esto produce un falso bienestar que no impide al espíritu sentir el peso de la falta, y más que eso, no evita sentir el peso de la dominación y la enajenación de sí, la pérdida de control y conciencia de su capacidad sensible que le permite conectarse con el mundo real. El Yo subyugado gana el caso como buen abogado y le demuestra a la sociedad que está todo bien. Sin embargo, no se siente bien; el malestar aumenta. Aumenta porque se distancia del mundo, pierde contacto con este y deja de sentir paulatinamente el cosmos natural y social del que forma parte ya que ahora el primero en la jerarquía (deseo o interés) es quien tiene contacto con el mundo y es el encargado ahora de establecer tan importante conexión.

Sin sentimiento no hay libertad y sin libertad no hay conciencia. Cuando hay un tipo de desorden como este ñeque los intereses se ponen por encima del Yo, hay que restablecer el orden natural en que el Yo es el primero en la jerarquía. El individualismo y la lógica de consumo favorecen esta clase de desordenes que acaban por aislarnos del mundo y de la gente que queremos, y viviendo en sociedades donde esos valores son predominantes (como es el caso de la nuestra) se hace más necesario aun estar atentos.

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