Chile ayuda a Chile

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martes, mayo 05, 2009

EL PODER DE UNA PELOTA


Este verano que recién pasó felizmente pude hacer un buen viaje. El itinerario incluyó nuevamente un paso por Bolivia, esta vez, con destino al amazonas boliviano como un primer paso. Aquel lugar fue escenario de una importante experiencia, que es la que a continuación voy a relatar.

Me encontraba con Felipe y Javier, amigos y compañeros de viaje, en un hospedaje en la Paz, cuando noto que hay algo bajo mi cama, que parecía asomarse muy tímidamente. Se trataba de una pelota. Javier, más futbolero – yo no soy muy apegado a ese deporte – me dijo que era bastante buena. Contento, decidí conservarla.

Un par de días más tarde tomamos un tour que partió de La Paz y cuyo destino final era el turístico y tropical Rurrenabaque. Por un accidentado camino de tierra nos desplazamos hasta Teoponte, donde tomamos un bote en el cual nos trasladamos por el río Kaka hasta el final del recorrido. El intenso recorrido por el río contaba con tres paradas, una de ellas para pasar la tarde y dormir, en un terreno ocupado por una comunidad compuesta por – estimo – 6 o 7 familias. Aquí tiene lugar el extraño suceso.

Llegamos el grupo de turistas, y las carpas fueron instaladas en un sector entre el grupo de modestas construcciones que habitaban los integrantes de dicha comunidad, por un lado, y la selva, por el otro. Inevitablemente los tres nos sentimos invadidos por el extraño sentimiento que implica la irrupción casi forzada a un lugar. Y es que los tour suelen estar organizados de manera tal que predomina un criterio en el cual pareciese que el pagar hace al cliente automáticamente merecedor del derecho de invadir un lugar del cual no se es parte, del cual ni siquiera se es un invitado; se asume, desde la lógica de tour, una mirada vertical, donde el turista mira de arriba hacia abajo a sujetos con extrañas y “primitivas” costumbres objeto de una curiosidad que muchas veces se torna desdeñosa. El lugar y sus moradores se convierten en objetos de entretenimiento.

Así, como turistas, como gente que pagó por visitar un lugar, sea o no la intención que uno tenga, inevitablemente adopta los actos de un pedante y prepotente (que se pueden mitigar con un poco de criterio) que siente derecho de observarlo todo cuanto sea posible: las casas, las ropas, los espacios abiertos, la intimidad de los habitantes, de manera casi obscena. Por respeto y pudor no puse mis narices en todas partes. Y es que si se metiera un extranjero que no conozco a sacar fotos hasta al baño de mi casa, seguro que no me aguanto las ganas de correrlo a patadas. Así transcurrió la tarde, interrumpida por un paseo por la selva para pescar pirañas inexistentes.

Mas o menos una hora antes de ponerse el sol, Javier me sugiere que juguemos con la pelota. La saqué de la carpa que me habían destinado y segundos después de ponernos a jugar, comienzan a aparecer niños curiosos, unos más tímidos que otros, algunos de los cuales no habíamos visto hasta entonces. Les invitamos a jugar a medida que iban apareciendo. Formamos equipos. Comenzó el juego. Correr, caerse en la resbalosa superficie lodosa que formaba parte del terreno de la improvisada cancha, reírse y hacer tonteras fue lo que hicimos todos hasta poco antes de comer. Y todo cambió…

De pasar a ser una presencia ajena, turistas indiferentes invadiendo el lugar y la intimidad de las costumbres de quienes lo habitan; de ser parte de un grupo de sujetos molestos que están ahí porque han pagado con dólares o moneda local un tour que les ofrecía alojarse junto a una comunidad; en fin, de ser invasores, pasamos a ser amigos de la gente, de los niños principalmente, quienes después no se despegaban de nosotros dos y se mostraban, tras el partido, mucho más comunicativos. Nos convertimos, como si hubiésemos sido partícipes y/u objetos de un mágico y misterioso proceso alquímico, de invasores a invitados, de individuos a quienes se les miraron recelo a sujetos dignos de confianza. De gente extraña de la que se espera se larguen luego a amigos cuya partida se ve con un dejo de tristeza. Una pelota fue lo que hizo posible un vínculo entre seres humanos. Y claro, los niños, quienes cuentan con una increíble capacidad de entregar mucho afecto y cariño a la menor consideración y estimulación que sintonice con aquellos nobles sentimientos positivos, y que por diversas razones van perdiendo en el camino a la adultez.

A la mañana siguiente, antes de subirnos al bote para continuar nuestro camino, jugamos nuevamente. Esta vez Felipe se sumó, al igual que otros dos turistas estadounidenses, de quienes nos hicimos bien amigos. El alcance que tuvo el ponerse a patear una pelota con mayor o menor estilo (pido disculpas a los futboleros por este reduccionismo) se extendió un poco. Y quien sabe cuanto más si hubiese habido más tiempo disponible para observar el extraño suceso y conocer más a los niños, y a sus padres posteriormente.

La pelota se quedó allá, como era de esperar, pues allá sólo tenían una de basketball algo desinflada con la que jugaban los adultos, y a pie descalzo. Nosotros también descalzos pero no hay comparación. En fin, la cosa es que ese balón se quedó allá. Es obvio que lo iban a aprovechar más que cualquiera. Y bueno, supongo que aún existe esa pelota.

2 comentarios:

Alberto Fernández dijo...

He sacado un minuto para poder leerte de nuevo, algo que supone una inmensa alegría. Sobre todo al ver que en esos viajes tan fantásticos, la felicidad que os rodea impregna los lugares y las gentes que visitan.

Viajar es una manera fantástica de conocer las gentes que habitan los vecinos de un país. Y latinoamerica tiene que conocerse más, para darse cuenta de que tiene que trabajar junta. Ojalá llegue ese día, y pueda mirar con ojos de hermano lejano pero cercano de corazón, que ese pedazo de cielo en la tierra, vive feliz y hermanado.

Un abrazo inmenso desde España, apreciado Marcos.

Anónimo dijo...

Me encanto! Creo q es un relato muy honesto y no puedo evitar pensarlo a la par del verticalismo y violencia q ejercen por ej los investigadores sociales q con mucho bla bla bla sobre convivencia y horizontalidad son/somos incapaces de permitirnos acciones naturales como la que tu describes.

Lo siento! no puedo evitar contradecir el comentario anterior ¿Latinoamérica debe trabajar junta? la afirmación es lo suficientemente impuesta como tu presencia en esa "comunidad". Tu pagaste para estar en ese lugar, también todos los días nos pagan para trabajar juntos...pero eso se llama proyectos de desarrollo no?
Saludos!
PIC