Chile ayuda a Chile

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domingo, abril 23, 2006

¿DE QUIÉN ES EL MEDIO AMBIENTE?


Al ver las noticias nos damos cuenta que tanto en nuestro país como en algunos países extranjeros se producen atropellos al ambiente que nos rodea y el cual habitamos. Mares contaminados, basurales clandestinos, altos índices de contaminación atmosférica, etc. son las expresiones de esta situación. Y nadie tiene la culpa de nada cuando los intentos por convencer a la ciudadanía de que nada grave esta pasando fallan. Nos encontramos incluso en una situación en que el defender el medio ambiente puede conspirar en contra del estatus social o prestigio individual de un sujeto, viéndose condenado al rótulo de ecologista fanático o hippie buena onda. Sin duda no hay conciencia de la importancia que tiene el medio en que vivimos para la reproducción material y simbólica de una sociedad y que los perjuicios se distribuyen de modo desigual en las sociedades siendo los que más contaminan los que menos lo sufren. Pero nada nuevo se aporta al seguir denunciando desde este ángulo esta situación.

A raíz de lo anterior planteo esta pregunta: ¿De quién es el medio ambiente? ¿A quien pertenece el planeta que habitamos?

Vivimos en un mundo globalizado cuyas sociedades se vinculan cada vez más entre sí perdiendo poder el aparato Estado y ganando importancia las empresas transnacionales. A nivel nacional e internacional el mercado aparece como instancia de coordinación social y distribuidor de ingresos. Lo público parece perder importancia. Y en una sociedad de mercado, en un modelo económico capitalista, no se piensa en término de sociedades sino de individuos. Se supone que cada sujeto asistiría al mercado y tomaría decisiones racionales desde su posición para maximizar sus intereses y de este modo se ordenaría mágicamente la sociedad. Desde este punto de vista, lo que es de todos no es de nadie simplemente porque no existe “todos”. Con sociedades que no se organizan como sociedades no podemos esperar que existan muchas iniciativas de cuidado del medio ambiente, puesto que como es de todos no es de nadie. Como el proteger el medio ambiente no maximiza ningún interés individual, ahí quedó botado y se sigue destruyendo sin pensar en nada. Es más, esta destrucción se enmarca en una dinámica de distribución desigual del ingreso a la vez que refleja las diferencias sociales en la medida que se distribuye desigualmente el riesgo asociado al daño medioambiental.

Me vuelvo a preguntar: ¿De quién diablos es el medioambiente? Las desigualdades sociales no permiten igualdad de oportunidades de aprovechamiento del medioambiente. Y la desregulación de los mercados nos aleja más aun de esta posibilidad. Es cada vez más difícil sentir que un entorno diferente del barrio o el que asociamos a nuestra familia (o el lugar en que uno creció, etc.) como propio.

Por otra parte, no es claro a quien corresponde la responsabilidad de su cuidado. Las políticas de cuidado ambiental siempre otorgan la responsabilidad a quienes basan su existencia en explotarlo (sean grandes empresas, pesca artesanal, etc.) y no todos los agentes que necesitan explotarlo pueden encargarse de ello. Por otro lado, muchas veces las grandes empresas ponen en pugna al medioambiente con las necesidades de la población económicamente activa de una nación, con argumentos como que “con tantos impedimentos se frena la inversión y no podemos dar trabajo”, etc. Y nada de ayuda estatal, ni consensos ni nada. Parece que en actual modelo no hay una clase, estrato o sector social que tenga al medio ambiente definido como algo importante. Al no existir intereses colectivos se hace muy complicado generar acciones o políticas de defensa del medio ambiente. Este no se asocia al interés económico de ningún sector en el corto plazo y, como no hay cultura ni conciencia medioambiental, tampoco existe un interés a largo plazo. Asimismo el modelo económico ignora la existencia del medioambiente. Entonces, como no es de nadie, nadie se quiere hacer responsable (esto porque se tiende a ver beneficios sólo en aquello que se considera como propio). No es que todos sean malos y destruyan por maldad el medio en que vivimos (aunque claramente hay algunos egoístas – en todos los sectores sociales y en todas las naciones – que podrían ser catalogados así) sino que nadie quiere asumir la responsabilidad que individualmente o para tan sólo un grupo de personas resulta demasiado grande y costosa en una dinámica de mercado capitalista.

Dada esta situación, el medioambiente no es de nadie porque es de “todos”, un “todos” que no existe para el mercado que está encargado actualmente de coordinar la vida social.

No obstante lo anterior, el ser humano es un ser consciente, y la conciencia implica la posibilidad de tomar decisiones. En este sentido es que, a nivel individual, se hace necesario reflexionar sobre el medioambiente y sobre la relación que se tiene con aquél.

Podemos partir señalando que el lugar donde desarrollamos cada uno nuestra propia vida es, justamente, el medioambiente: nuestro medioambiente. Es decir, el medioambiente es más que un conjunto de bosques autóctonos o las ballenas en el mar. Cada vez que visitamos una plaza, caminamos por la calle, vamos al liceo o el trabajo, nos juntamos con nuestros amigos y amigas, etc. estamos en contacto con nuestro entorno. Aquello quiere decir que cuando uno hace algo por el medioambiente lo hace por el lugar en el cual vive, lo hace, finalmente, por uno mismo y por aquellos a quienes ama, quiere y aprecia.

Podemos ver, entonces, que todo espacio público es parte del medioambiente – y no sólo los parques nacionales o los mares donde nadan simpáticos delfines. ¿De quien es ese espacio público?

Nuestro actual estilo de vida en una sociedad de mercado nos induce a creer que no es de nadie, dado que tiende a definir que sólo aquello que posees para ti te pertenece (lo cual, por cierto, es mentira) o que al menos, tiene valor para ti sólo aquello que te pertenece exclusivamente a ti (a fin de cuentas, aquello que te compras o que, de cualquier manera consigues algún objeto – y que ello le quede claro a todo el mundo el acto mismo de conseguirlo – que es únicamente para ti). Así la noción de propiedad se reduce a tu relación con el objeto de tu propiedad donde la única responsabilidad reconocible es la de hacer lo posible por conservarlo o consumirlo (refiriéndose en este caso los bienes destinados a desaparecer, como los alimentos). Un buen ejemplo es el agua: el agua del río es pública – o de nadie, en el enfoque común – y ahí circula y uno la mira. Si está limpia, uno puede sacar un poco y beber o regar plantitas con ella o bien refrescarse la cara. Nadie la reconoce como propia, simplemente se le utiliza. Pero la misma agua uno la mete en una botella y la puede vender, como propia. De hecho, muchas empresas lo hacen (algunas incluso usan agua de la llave) y hay quien la compra y asegura que es de él o ella, según sea. Pagó por el agua así que le pertenece. Así, las personas tendemos a reconocer como propia un agua la cual fue adquirida en un mercado (independiente de si la adquisición o apropiación es lícita o no). Es, si uno le presta atención, curioso y hasta misterioso, pese a lo común que resulta. En todo caso, no debemos olvidar lo que nos señala Sherlock Holmes (el detective creado por Arthur Conan Doyle): “no hay que confundir lo poco usual con lo misterioso”. Y es que, a la luz de la reflexión y las preguntas lo usual y común puede revelarnos su extrañeza.

Volviendo al tema, así como con el agua, ocurre con lo demás. Y el detalle de nuestras sociedades, los sujetos que la habitamos, es que no reconocemos como propio los espacios públicos. A lo sumo son lugares o espacios donde nos topamos con otros, espacios de nadie por lo que no suponen ninguna responsabilidad para nosotros. Aquello nos puede volver insensibles y desinteresados de su cuidado y su estética, e inconscientes e ignaros respecto a la importancia de su cuidado para nuestro propio bienestar. Por ejemplo: no es usual que la gente tire los papeles o cáscaras de cosas en el suelo de su casa o departamento; lamentablemente sí lo es que sean depositados en calles y plazas (sin hacer el esfuerzo, a mi parecer no muy grande, de caminar hacia un basurero, o guardarlo hasta encontrarse con uno en el camino a casa). ¿Cuál es la diferencia entre la casa o departamento y la plaza? La casa o departamento – se percibe que – es de uno, la plaza, en cambio – se percibe que – no lo es.

Es importante que el espacio público sea reconocido como propio, que el mundo sea considerado un hogar. Trabajar en ello es hacer mucho por el medio en el cual vivimos. Se trata de bienes propios pero compartidos. No es cosa de nadie, es algo de todos cuyo provecho debiera ser para todos. Aquello implica una gran responsabilidad: cuidar el medioambiente como si fuera propio, porque lo es, vale decir, aprender a apreciarlo, a considerarlo como propio, a entender que un medioambiente limpio y libre de contaminación es un derecho (es tanto un derecho humano como un derecho del niño, reconocido explícitamente en ambas declaraciones universales) el cual tenemos tanto el derecho de exigir como el deber y responsabilidad de velar por tal.

Cada lugar en el mundo, de esos que no tienen un cercado que impide el acceso, es un lugar de todos. Cuando uno ensucia una playa o parque, está haciéndoles un mal a todos, está faltando el respecto a todos aquellos que visitan el lugar y lo comparten con uno y está cometiendo una injusticia, y lo peor de todo, se está dañando a sí mismo. El medioambiente es ese lugar donde uno construye la propia vida, donde ocurren sucesos importantes, donde vemos paisajes hermosos, disfrutamos del viento, del sonido de las aves, donde uno camina, disfruta el sabor de algo rico de comer. Y aquello, todo eso, es de uno, y de los demás, de todos.

No se debe olvidar nunca que el hecho de que algo nos pertenezca no significa necesariamente que sólo nos pertenezca a nosotros; y el hecho que algo sea de uno lleva consigo la responsabilidad de cuidarlo y quererlo. Así es con el medioambiente, que está presente día y noche en tu propia vida y no es algo lejano como muchas veces quienes nos presentan el tema nos hacen suponer cuando hablan de problemas que parecen tan ajenos a la propia vida (y que, sin que nos demos cuenta inciden de manera más fuerte de la que quisiéramos en nuestro diario vivir) como la tala de boques de alerce autóctono, la caza de ballenas y la extinción de especies, entre muchos otros.

Nada es de nadie y muchas cosas son de todos. El medioambiente es de todos por derecho. El desafío y responsabilidad patentes es convertir aquello en un hecho.

Nota: las fotografías son mías

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claro!, algo como esto es a lo que nos referiamos con la columna.... super...

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